La Cuentera

Espacio para jóvenes lectores en El Cuaderno de Bitäcora de la Cuentera.

alumnos



animación a la lectura



A los padres

Leer es divertido.

Ese debe ser el punto de partida. Desde luego que leyendo aprendemos vocabulario y conceptos, adquirimos destreza lectora y aumentamos nuestro campo cultural. Pero, ante todo, uno debe divertirse leyendo.

Quizás sea eso lo que explique el gran misterio de que algunos lectores no sean buenos estudiantes y , al contrario, que haya estupendos estudiantes que lean exclusivamente lo que le obligan a leer sus maestros o profesores.

Por eso también se hace difícil la animación a la lectura aunque haya algunas consideraciones que tanto padres como maestros debamos tener en cuenta a la hora de animar a un niño a leer.

La primera consideración es que el niño debe elegir el libro que desee leer. Se le debe permitir tenerlo entre sus manos, mirar las ilustraciones, leer tranquilamente en la contraportada el argumento del libro. Debe, en definitiva, tomarse su tiempo. Y esto es porque cuando leemos, y los niños más que los adultos, nos identificamos con aquello con leemos ; por eso no debe ser impuesto.

La segunda consideración es que nunca debe usarse la lectura como castigo. Nada de “ y ahora te sientas ahí y lees 10 páginas del libro” ni aquello de “ me lees 5 páginas al día durante el veraneo y me haces el resumen”. Lo único que conseguiremos es que el niño identifique libro y castigo.

La tercera consideración es que no se le debe obligar a leer un libro sólo porque se lo compramos en Navidad o porque se lo regaló la tía Paquita de Soria. Si no le gusta la historia que cuenta es que no le gusta. Muchos adultos hacemos comentarios del estilo de “me he comprado este pantalón en las Rebajas y ahí lo tengo colgado de la percha sin ponérmelo” o les compramos ropas a los niños que sabemos que casi no va a usar. ¿Por qué, pues, obligamos a leer a un niño un libro sólo porque alguien lo compró?

Por supuesto que los libros son caros. Incluso, comparativamente, más caros los destinados a niños que a adultos. Por eso, podemos buscar una solución de compromiso: las bibliotecas. En el momento presente, cada población e incluso cada barrio tiene una. Lleve a su hijo a la Biblioteca, que se saque el carné de lectura. Allí el niño pude tomarse su tiempo y ya está creado el ambiente de silencio que invita a la lectura. Además, si se lleva el libro a casa conseguiremos que aprenda a hacerse responsable de un objeto que no es suyo, a cuidarlo para que otro lo use.

Naturalmente que usted, padre o madre, debe involucrarse vigilando que no se lleve un libro inapropiado, destinado a un público exclusivamente para adultos. En caso de dudas, pregunte a la persona encargada de la Biblioteca. Pero, cuidado, estar atento no significa agobiarlo para que lea una determinada cosa. No le diga “ lee este libro porque contiene una gran enseñanza”. Deje que él extraiga sus propias enseñanzas, confíe en su inteligencia y que, luego, como si tal cosa, las comente con usted. No olvide que , al igual que dos espectadores de una película no “ven” la misma película, dos lectores no “leen” el mismo libro. Ahí reside la magia.

En principio, un libro para niños tiene buenos propósitos así que, a menos que tomemos la lectura como un adoctrinamiento, el niño debe tener libertad para elegir su tipo de lectura. Imagínese, si no, que se le obligaran a usted a leer tal o cual periódico, porque tiene un determinado mensaje.

Una vez elegido el libro puede que, ya en casa, descubra que no le gusta. Hable con él y que le explique el porqué. Invítelo, si quiere, a que siga intentándolo. Pero si su determinación es clara, deje que lo devuelva a la Biblioteca y que lo cambie por otro si así lo desea.

Cuando un adulto lector hace un comentario sobre un libro leído dice frases como “ empezaba bien, prometía mucho, pero fallan los personajes o lo estropea el final”. Las perspectivas no siempre se cumplen. Y si no que se lo digan a los críticos de cine cuando dicen “ tal película es estupenda la primera hora pero luego se vuelve soporífera”. Teniendo en cuenta la velocidad lectora de un niño, leer algo a regañadientes puede ser un suplicio porque se le hace más largo que a un adulto.

Leyendo desde muy joven se forma algo tan personal como nuestro propio criterio. Pero sólo si desde el principio aprendemos a ejercer nuestra libertad sobre aquello que queremos o no leer. Así evitaremos que nuestros hijos no lean o que sean uno de esos adultos llamados “ cultos” porque se leen el último libro del poeta “maldito” o el libro recomendado por la crítica de tal periódico. Créanme, ni uno de estos “cultos” llega a la altura del zapato de un niño que deja un libro si no le gusta amparándose en su derecho a ejercer su criterio.

Y seguramente, si es que han tenido la paciencia de llegar hasta aquí, se estarán preguntando quién se permite decirles lo que tienen que hacer. Pues no se asusten. Se lo dice, primero una lectora impenitente y después, una maestra que recoge en estas líneas sus propias experiencias en Animación a la Lectura durante diez años en la Biblioteca del Colegio. Así que lo que acaban de leer fue lo que mis alumnos me enseñaron y espero que les sirva a ustedes también.